Al igual que el loco es aquél que lo ha perdido todo menos la razón , y se convierte así en un razonador en el vacío, quien frecuenta el soliloquio amoroso acaba siendo un enamorado de su propia pasión, ya sin contacto alguno con el objeto que la encendió. El discurso amoroso epistolar tiene algo de narciso que a la vez fuera eco, porque necesita escucharse para ser.
Escribo luego existo. Escribo el amor, luego estoy enamorada.
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