Otoño en el Tiempo

Otoño en el Tiempo
Libro de poesía

miércoles, 30 de enero de 2013

HOTEL



Una llave en la bolsa, su mano se aferra a ella. Un mensaje de texto que ha olvidado. Un lugar enorme con departamentos inmensos, hasta lo grotesco. De detalles exquisitos, de espacios blancos, cegadores. El azul del cielo, iluminando todos los rincones, el sol cae. Y arrasa las almas, deambulan solitariamente las sombras, se arrastran.

I.

No quería ser descubierta, trató de ser lo más metódica y ordenada posible en todos sus actos. No dejó huellas, ningún rastro, era demasiado perspicaz para dejar alguno, en realidad. Fue mucama durante mucho tiempo, sabía como mantener cada cosa en su sitio, de una manera impecable. Demasiado exacta.

Aquella mañana entró al hotel muy temprano, antes de que todo el servicio estuviera listo para notarla, pasó desapercibida. No había nadie en la puerta, si acaso algunas personas dialogaban en el pasillo, distraídas. La  habitación era la trescientos cincuenta y ocho,  subió por el elevador, no había nadie más.
Pulso el tercer piso; llevaba guantes marrón, unas gafas color rojo, que nunca se quitó. Una mascada violeta que cubría parte de su cuello, además de su hermoso cabello largo, oscuro y ondulado. Su vestido negro, liso y holgado, iba ligeramente por encima de las rodillas. Donde sus dobleces se deslizaban inquietantes y parecían danzar al andar. Llevaba medias de rejilla negras y unos tacones rojos, los únicos que provocaban un sonido en ese momento, constituían la atmósfera a su paso.

Dentro del elevador se dio el tiempo de reflexionar sus primeros pasos, literalmente, al llegar todo volvería a comenzar y no habría vuela atrás. Todavía ahí dentro cabía la posibilidad de abortar el plan y regresar antes de que nadie se diera cuenta.  Tenía todo muy claro, cada idea, en determinado momento, ni antes ni después, llevaría a cabo su plan. No dejo que su mente la distrajera. Era un paso tras otro, un momento y listo.

Se abrió la puerta del elevador y se dirigió hacia el cuarto, conocía perfectamente el recorrido, lo había estudiado concienzudamente. Sí, no quería olvidar nada. Nadie se cruzó en su camino, fue una suerte. Todo giraba alrededor de ella. Tocó la puerta, él del otro lado, preguntó quién era y ella le respondió: Lisa.  

Hola bella, ¿qué tal tu día?, pasa.

Lisa cruzó la puerta y en ese momento se quitó la mascada, las gafas y sonrío.  Dejó su bolso sobre el tocador que estaba frente a la cama y mientras él se volvía a recostar, deslizó suavemente, sin quitarse los guantes, su mano dentro del bolso. Sacó una pistola con silenciador, giró rápidamente y sin pensarlo mucho, le disparó. ya no había nada que pensar, lo había hecho durante mucho tiempo, era el momento de actuar. Le dio directamente a la cabeza, instantáneamente murió. Él, no pudo decir nada, estaba mirando hacia otro lado, seguía viendo televisión.


Era justo lo que quería Lisa, que mirará en otra dirección, quería evitar sobre todo, su mirada. Quería que su mirada no la alcanzase. Deseaba y podía asesinarlo a sangre fría, pero no podía vivir imaginando su rostro, viéndola, rogándole o cuestionándole de esa manera, por última vez. Más allá del por qué, de los ruegos, del asombro. Más allá de todo el drama, el escándalo, los gritos… sólo un intercambio breve de palabras, una bienvenida y una despedida. Además estaba el tiempo, no le parecía de buen gusto jugar con la muerte así, era su tiempo y sino lo hacia rápido, ésta jamás se lo perdonaría y seguramente le pasaría la factura.

Finalmente todo lo demás era una perdida de tiempo, una vulgaridad. Hizo lo que tenía que hacer y salió de la habitación. No desapareció el cuerpo, no tocó nada, no le dijo una sola palabra, asesinó al hombre y desapareció. 

...