Una
llave en la bolsa, su mano se aferra a ella. Un mensaje de texto que ha
olvidado. Un lugar enorme con departamentos inmensos, hasta lo grotesco. De
detalles exquisitos, de espacios blancos, cegadores. El azul del cielo, iluminando
todos los rincones, el sol cae. Y arrasa las almas, deambulan solitariamente
las sombras, se arrastran.
I.
No
quería ser descubierta, trató de ser lo más metódica y ordenada posible en
todos sus actos. No dejó huellas, ningún rastro, era demasiado perspicaz para
dejar alguno, en realidad. Fue mucama durante mucho tiempo, sabía como mantener
cada cosa en su sitio, de una manera impecable. Demasiado exacta.
Aquella
mañana entró al hotel muy temprano, antes de que todo el servicio estuviera
listo para notarla, pasó desapercibida. No había nadie en la puerta, si acaso
algunas personas dialogaban en el pasillo, distraídas. La habitación era la trescientos cincuenta y
ocho, subió por el elevador, no había
nadie más.
Pulso
el tercer piso; llevaba guantes marrón, unas gafas color rojo, que nunca se
quitó. Una mascada violeta que cubría parte de su cuello, además de su hermoso
cabello largo, oscuro y ondulado. Su vestido negro, liso y holgado, iba ligeramente
por encima de las rodillas. Donde sus dobleces se deslizaban inquietantes y
parecían danzar al andar. Llevaba medias de rejilla negras y unos tacones
rojos, los únicos que provocaban un sonido en ese momento, constituían la atmósfera
a su paso.
Dentro
del elevador se dio el tiempo de reflexionar sus primeros pasos, literalmente,
al llegar todo volvería a comenzar y no habría vuela atrás. Todavía ahí dentro
cabía la posibilidad de abortar el plan y regresar antes de que nadie se diera
cuenta. Tenía todo muy claro, cada idea,
en determinado momento, ni antes ni después, llevaría a cabo su plan. No dejo
que su mente la distrajera. Era un paso tras otro, un momento y listo.
Se
abrió la puerta del elevador y se dirigió hacia el cuarto, conocía
perfectamente el recorrido, lo había estudiado concienzudamente. Sí, no quería
olvidar nada. Nadie se cruzó en su camino, fue una suerte. Todo giraba alrededor de ella. Tocó la puerta, él del otro lado, preguntó quién era y ella le respondió: Lisa.
Hola
bella, ¿qué tal tu día?, pasa.
Lisa
cruzó la puerta y en ese momento se quitó la mascada, las gafas y sonrío. Dejó su bolso sobre el tocador que estaba
frente a la cama y mientras él se volvía a recostar, deslizó suavemente, sin
quitarse los guantes, su mano dentro del bolso. Sacó una pistola con
silenciador, giró rápidamente y sin pensarlo mucho, le disparó. ya no había nada que pensar, lo había hecho durante mucho tiempo, era el momento de actuar. Le dio directamente a la cabeza, instantáneamente murió. Él, no pudo
decir nada, estaba mirando hacia otro lado, seguía viendo televisión.
Era
justo lo que quería Lisa, que mirará en otra dirección, quería evitar sobre
todo, su mirada. Quería que su mirada no la alcanzase. Deseaba y podía
asesinarlo a sangre fría, pero no podía vivir imaginando su rostro, viéndola, rogándole
o cuestionándole de esa manera, por última vez. Más allá del por qué, de los
ruegos, del asombro. Más allá de todo el drama, el escándalo, los gritos… sólo
un intercambio breve de palabras, una bienvenida y una despedida. Además estaba
el tiempo, no le parecía de buen gusto jugar con la muerte así, era su tiempo y
sino lo hacia rápido, ésta jamás se lo perdonaría y seguramente le pasaría la
factura.
Finalmente
todo lo demás era una perdida de tiempo, una vulgaridad. Hizo lo que tenía que
hacer y salió de la habitación. No desapareció el cuerpo, no tocó nada, no le
dijo una sola palabra, asesinó al hombre y desapareció.
...